08 septiembre, 2005

Tener amor un ser humano por otro: esto es quizá lo más difícil que nos ha sido encomendado; es lo supremo, la última prueba y examen, el trabajo ante el cual todos los otros trabajos no son más que preparación.
Es por eso que los jóvenes, novicios en todo, no dominan el amor: tienen que aprenderlo. Con todo el ser, con todas las fuerzas concentradas en torno a su corazón palpitante, solitario, ansioso, desbordante, tienen que aprender a amar. Pero el período de aprendizaje es un largo período de clausura, y así, para el que ama, amar es por mucho tiempo y a lo largo de la vida interior: soledad, acrecentado y ahondado aislamiento. Amar no es nada que signifique consumirse, entregarse y unirse a otro ( pues ¿ qué sería una unión entre seres imprecisos, rudimentarios, todavía subalternos?); es, en el individuo, un sublime pretexto para madurar, para convertirse en algo, en mundo, en mundo para sí por amor a otro; es en él una grande inmodesta exigencia, algo que lo elige y lo llama a lo infinito. Sólo en este sentido como deber de trabajar en sí mismos (" escuchar y martillar día y noche") deberían los jóvenes usar el amor que les es dado. Consumirse, entregarse y unirse - en todas sus formas- no es para ellos ( que todavía largo, largo tiempo deben ahorrar y acumular), porque es la culminación, es tal vez aquello a lo cual todavía no alcanza la vida de los hombres. Pero en esto yerran tan a menudo y tan gravemente los jóvenes ( pues es de su índole no tener paciencia) que cuando el amor les sobreviene se precipitan los unos a los otros, se prodigan tal como son, en pleno escombro, en todo su desorden y confusión...
Cada cual se pierde por amor a otro, y pierde al otro y a muchos otros que habrían querido venir.
Quien bien mira encuentra que, como para la muerte, que es difícil, para el difícil amor tampoco ha sido vista aún ninguna luz, ninguna solución, ni señal ni camino; y para ambos deberes, que llevamos ocultos y transmitimos sin abrirlos, no se dejará descubrir ninguna regla general basada en convenios. Pero a medida que empecemos a ensayar la vida como individuos, aquellas grandes cosas nos encontrarán, a nosotros, individuos, en mayor proximidad. Las exigencias que el difícil trabajo del amor opone a nuestro desarrollo son desmesuradas, y como novicios que somos no las podemos enfrentar. Pero si perseveramos y tomamos este amor como carga y aprendizaje, en lugar de perdernos en todos los juegos fáciles y livianos , en pos de los cuales los seres humanos han soslayado lo más serio de su existencia, se hará tal vez perceptible, entonces, un pequeño progreso y alivio para aquellos que desde largo tiempo vienen tras nosotros. Esto sería mucho.
Las mujeres, en las cuales la vida se demora y habita más inmediata, fecunda y confiadamente que en el hombre, es preciso que en el fondo hayan llegado a ser humanos más maduros, seres más humanos que el hombre liviano, quien fatuo, precipitado, menosprecia lo que cree amar. Esta humanidad de la mujer, madurada en los dolores y las humillaciones, saldrá a luz cuando la mujer haya mudado los convencionalismos de lo exclusivamente femenino, en la metamorfosis de su condición social; y los hombres, que aún hoy no sienten llegar esto, se verán sorprendidos y vencidos.
Un día la joven será, y será la mujer, y sus nombres no significarán más lo mero contrario de lo masculino, sino algo por sí, algo por lo cual no se piense en ningún complemento ni límite, sino nada más que en vida y ser: el ser humano femenino. Este progreso transformará ( al principio muy contra la voluntad de los hombres superados) la vida amorosa, hoy colmada de errores; la cambiará fundamentalmente; la convertirá en una relación valedera de ser a ser, no ya de, varón a mujer. Y este amor más humano, que se realizará infinitamente delicado, y cuidadoso, y bueno y claro en el atar y el desatar, se asemejará al que penosamente preparamos luchando: al amor que consiste en que dos soledades mutuamente se protejan, se limiten y se reverencien.


- Cartas a un joven poeta, Rainer María Rilke -

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